miércoles, 11 de diciembre de 2013

El arte del ensarte



La sexualidad humana es muy curiosa porque nos define como hipócritas. Adoramos hacer el amor y en general tenemos una tendencia polígama o poliamorosa, pero valoramos el matrimonio y la familia como unidad básica de la sociedad (al menos en países católicos o cristianos o musulmanes... en fin, países donde la religión manda y no la razón). 

Me preguntaba por qué somos tan hipócritas y luego de despertar de un sueño en el cual tenía un trío sexual con dos modelos rubias, delgadas y jovencitas (serían de 18 ó 19, lo cual es raro porque me gustan de 30 para arriba), en ese momento entre el sueño y el desvelo, entendí que al hombre promedio le gusta jugar, mentir, actuar, ser tramposo. A la mujer personalmente no sé si le guste o no,  pero al hombre promedio si. Y eso que no soy de mucho generalizar.

Hay mucho de encanto en sonreirle a la chica que te da el café en Starbucks, a la novia de turno que está por salir de viaje solo para que llames a aquella chilena que besaste en la fiesta de la semana pasada y con cuya imagen te hiciste una paja en la ducha. Hay una fascinación porque dentro nuestro sentimos el mundo girar y nuestros genes buscar reproducirse con lo que más nos parezca adecuado. El amor, aquel concepto inventado hace 500 años para mantener a las masas subyugadas, se basa en eso también.




Algunos pacatos y pacatas dirán que el sexo sin amor es vacío, impuro, algo así como comer harinas sin nada de proteínas ni antioxidantes. Como comer papas pero no ensalada. Pero eso sí sería generalizar, del mismo modo cuando una esposa decide abandonar al marido luego de que se entera de que éste le ha puesto los cachos (y viceversa). El amor de pareja implica un sentido de aventura, de coqueteo y hasta de traición... solo así se mantiene estable. Perfecto y feliz no sé, pero si estable.

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