sábado, 16 de enero de 2021

¿Qué pasó aquí?


 A casi un año del inicio de la pandemia del coronavirus, en mi país oficialmente el 12 de marzo del 2020, a veces me parece que todo esto que está pasando es una de esas pesadillas que uno tiene después de comer abundante comida grasienta.

Desde que empezó toda esta odisea mundial me parece que mi cerebro se ha hecho más lento para escribir, opinar, organizar ideas y hasta debatir. Al principio creí que solo era yo, pero resulta que esto le pasa a mucha otra gente. Desafortunadamente somos la primera generación en 100 años que tiene que lidiar con un virus mortal, pese a que tan mortal como el H1N1 de 1918 no es.

Me encantaría levantarme de la cama junto a esta chica y decirle si quiere que le haga el desayuno y después echarnos un polvito antes de salir a iniciar nuestro día: tomar el metro, ir al trabajo, vernos de nuevo, almorzar con amigos, ir a un concierto o a un museo, y de ahí si se puede volvernos a ver y a pasar la noche juntos. Ese ritmo de actividades tan normales y sensatas quedaron solo para los que creen que el virus no existe o, si existe, será cuestión de suerte.

La pandemia ha sacado a la luz lo mal preparados que estamos para ser solidarios, y lo sucios y egoístas que podemos llegar a ser. También ha sacado a relucir una ignorancia colectiva que no me imaginaba que podía existir, aunque la había notado antes: el terror/ adicción a las teorías de conspiraciones, el pánico/mofa a la ciencia y lo que tenga que decirse. Esa ignorancia salió de los rincones menos esperados: desde gente que admirábamos como algún familiar cercano hasta por lo menos dos presidentes de países importantes. El virus fue como el ataque a Pearl Harbor por parte de la aviación japonesa: nos agarró desprevenidos. De pronto las clases medias de todo el mundo tuvieron que adaptarse a la nueva realidad de mascarillas, distanciamiento social, y desinformación absoluta. Los ricos se las arreglaron para mudarse a áreas sin virus (por ese entonces) y los pobres se tuvieron que resignar y jugársela. La enfermedad no discrimina estatus social, sino más bien cuántas defensas tenemos disponibles, cuáles son los factores genéticos que determinan. En fin, esperemos que las vacunas eliminen la sensación de terror colectivo que este bicho nos ha inculcado a todos.

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