miércoles, 20 de abril de 2022

Valerie, 2002.


Anoche tuve un sueño erótico con Valerie, una chica francesa la cual conocí hace algunos años en Lyon.

Estábamos en una cama grande, y podía ver su blanco y curvo cuerpo junto al mío bajo las sábanas. Mientras la besaba, le acariciaba la parte baja de su espalda y con mi dedo medio jugueteaba con aquella línea divisora y coqueta de sus nalgas. Después que ella me acariciara el pene con una pasión llena de pellizcos, me dispuse a darle vuelta para penetrarla por detrás.

Le hice el amor por un buen rato, aunque no sé por cuánto tiempo exactamente porque en los sueños el tiempo no se puede medir. Y ahora sé que fue un sueño exitoso porque me desperté mojado, como en aquellas poluciones nocturnas de cuando tenía dieciséis años, de esas que atraviesan el colchón y se establecen dentro de éste por siempre. Recuerdo a Valerie y a sus bellos ojos, cabellos, piel blanca como ya lo he mencionado y sobre todo una sonrisa e inteligencia de esas que ya no puedo encontrar porque la mayoría de chicas de las que puedo estar interesado o están casadas o comprometidas. ¿Será por la edad?

La extraño por risueña, por directa, por no comprometerse a nada. Por ser un pájaro libre. Aunque sé que se casó (como la mayoría de mis ex-parejas), estoy seguro que su matrimonio no va a durar mucho. Porque estoy seguro de que para ella contraer matrimonio fue el equivalente a rascarse la picazón hasta que la piel se le adormezca. No quiere seguir siendo la insensible y solitaria, la acumula-aventuras, la que tiene que buscar el directorio telefónico cuando recibe la invitación para un matrimonio. Le aburrió estar sola. Y para las mujeres es fácil dejar de serlo, más fácil que para los hombres.

Por alguna razón me han gustado siempre las blancas como Valerie, y ahora, como antes, la extraño mucho. Blanca como la nieve. Con pezones dorados y ausencia de vello púbico. Me alegro mucho vivir en esta época en la cual el vello púbico femenino está vetado.

Miraba mi celular que me devolvía la mirada y me tentaba a llamarla, hablar con ella, alistándose para salir con su novio al otro lado del charco. Ella salía con un reverendo idiota de esos que hay en abundancia en Europa que le hacía la vida relativamente “feliz” entre comillas.

La llamé pero fui a parar a su buzón de voz. "Soy yo, Alfredo, llámame para vernos", le dije. No me devolvió la llamada probablemente porque: a) seguía casada; b) no quería verme o c) no se acordaba de mí. La belleza de Valerie, con su alto porte, gran nariz y sonrisa de tiburón, es sobrecogedora cuando uno la extraña o siente que no la volverá a tener. Me pregunto si ella pensará lo mismo de mí, no tan alto y con una pequeña barriga producto de tanta cerveza.

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