
Nos hemos llenado de pánico y mala información. Hemos cancelado planes de viajes, de entretenimiento, de vida libre solo por un terror infundado, proveniente de fuentes de información disímiles que nos dicen, por un lado, que no hay nada de qué preocuparse, por otro que todo es una conspiración para que Bill Gates nos rastree (por así decirlo), y por otro que el virus puede entrar hasta por las paredes. A los que pocos prestaron atención fueron los científicos, los epidemiólogos, los que se quemaron las pestañas estudiando virus en las universidades. Preferimos oir a Trump diciendo "es un cuento chino" o aterrorizarnos usando una máscara hasta dentro de casa, sin salir por meses y jugando a las escondidas o a los astronautas.
La verdad es que las economías del mundo se pudieron salvar, o al menos se pudo evitar que se desplomen algunas, si nosotros hubiéramos tenido más criterio, más higiene, y hubiéramos hecho caso a la ciencia. El problema es que rara vez lo hacemos. Y pagamos un precio caro: primero el de la estupidez de nuestros líderes que nos obligaron a quedarnos en casa sin hacer nada, cuando es más que evidente que el virus no hace daño en las afueras, al aire libre y a una determinada distancia. También pagamos un alto precio al encontrarnos con una realidad lúgubre e inesperada. El "¿y ahora qué?" todavía no se va de nuestras mentes, lo único que se va son las ideas estúpidas de la gente: que era un cuento chino, que era generado por redes 5G, que detrás de todo esto estaba la CIA, la KGB o el FBI... La realidad es que este virus está para quedarse y tenemos que combatirlo con ciencia e inteligencia: vacunación, higiene, criterio. La estupidez humana del siglo XXI, que incluye gente que aún cree que el aborto es un pecado y que la tierra es plana, no tiene límites.